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NOEMÍ TOMÀS
Autoayuda y papiroflexia
TERESA ESTAPÉ
En esta segunda intervención el lema es: El Siglo te ayuda. Tratando con los parámetros impuestos de autoayuda y papiroflexia, Noemí Tomàs y Teresa Estapé deciden actuar abriendo dos caminos al espectador que hacen reflexionar sobre el mismo comportamiento.


Un tenderete con seis libros forrados de papel lija amarillo ahullentan al espectador. Seis cajas amarillas con seis palabras y conceptos: first line, altavoces, maquillarse, negación, aire viciado y adictiva. Todas ellas extraídas de cada uno de los libros forrados son las representantes de las píldoras que escondían las cajas. Noemí Tomàs propuso darnos una de esas píldoras culinarias "sanadoras" a cambio de firmar un contrato. En este, el espectador se comprometía a enviar aquello que le proporcionaria la ingesta de la galleta, los cambios que llegarían en su vida. Con la recopilación total de esas respuestas, la artista creará una publicación de autoayuda basada en experiencias personales.


Teresa Estapé decide repartir una lista de la compra. En ella aparece todo aquello que encontró en una tienda de pueblo donde solo hay lo imprescindible y una larga lista de ansiolíticos. Nos reune, abre un paquete con un texto dentro y lo leemos por dentro a la vez hasta terminar-lo.
Nos cuenta una historia...



El Siglo te ayuda
Dóciles y útiles*
Nos cuenta Najeda que cuando tenía unos 20 años, salió por la noche con una amiga:
—Yo era de pueblo y estaba muy contenta de salir por el Borne —y decidió pintarse con la barra de labios dos líneas en las mejillas como un apache, pero de color rosa.
En la cola de entrada a una discoteca, el chico que tenía al lado le miró fijamente con sus ojos de borracho y le dijo:
—Sabes qué?, no me gusta nada tu maquillaje —y cogió el Tetra Brik de vino que estaba bebiendo, lo colocó encima de su cabeza y lentamente comenzó a derramar el vino sobre ella. Ella se quedó quieta—. El vino me iba cayendo por todo el pelo, por la cara, por la ropa —nos lo cuenta gesticulando con las manos, dejando el cuerpo muy quieto y poniendo cara de estupefacción y pena. Cuando el chico acabó de derramar el vino, ella miró a su amiga.
—Mi amiga, que siempre iba bien arreglada, a la que todo el mundo encontraba muy guapa y perfecta—y le dijo— tía, yo me voy a
casa—. Y se puso a caminar despacio, alejándose de la discoteca.
Cuando ya había caminado unos metros se paró y se preguntó porqué se iba, porqué aceptaba lo que le había pasado y no hacía algo. Entonces, volvió sobre sus propios pasos hacia la cola de la discoteca y al llegar cerca del chico dijo:
—Apreté así la mano —y nos enseña a todos lentamente la acción de cerrar los dedos de la mano, con sus uñas pintadas y despintadas de azul raro (y yo reparo en que esa mano me parece fuerte, mientras ella aprieta las uñas contra la carne) — y entonces pensé: joder, ¡mi padre nunca me ha enseñado a pegar! Y le dí con todas mis fuerzas, todo lo fuerte que pude, en la oreja.
—Pam! —nos escenifica el gesto con fuerza y una sonrisa— Pam! y el tío se tiró al suelo con las dos manos en la oreja. Y yo —y entonces extiende la mano y la levanta y la pone bien abierta a la altura de nuestros ojos para que la observemos— me rompí el dedo.
—Y ahí está su dedo meñique —en el que yo me había fijado al principio de la cena y me parecía inverosímil que una chica de 28 años tuviera un principio de artritis— con la última falange rota.
Dóciles y útiles *Teresa Estapé